Para comprender la verdadera dimensión de una crisis económica, especialmente cuando se dilata en el tiempo, hay que observarla con cierta perspectiva. Grecia —epítome de la Gran Recesión en Europa— se dejó más de la cuarta parte de su PIB en seis años interminables (2008-2013), en los que los desequilibrios acumulados, la crisis de deuda soberana y la medicina aplicada por las instituciones europeas agravó una depresión ya de por sí de caballo. Pero las cifras griegas palidecen si al lado se ponen las de Venezuela, un país que en el mismo periodo de tiempo —un sexenio, en este caso entre 2014 y 2019— se ha dejado por el camino casi las dos terceras partes de su riqueza (el 65%), según las cifras hechas públicas este miércoles por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Hace tiempo que la crisis venezolana deja de resistir comparación con cualquier otra a escala regional o global. Solo el año pasado, el peor de su serie histórica, el país sudamericano sufrió una merma del 35% del PIB, una cifra sin precedentes recientes para una nación no involucrada en un conflicto armado. Y las perspectivas, aunque algo mejores, apuntan a al menos dos años más de recesión, con un desplome del 10% este ejercicio y del 5% el próximo. “Es muy difícil pensar que un país pueda seguir cayendo a tasas anuales del 35%”, ha destacado este miércoles el director del Fondo para el Hemisferio Occidental, Alejandro Werner, en la presentación del nuevo cuadro macroeconómico regional. “Los modelos tienden a apuntar hacia la estabilización, pero no a la recuperación”.
Venezuela depende del petróleo para crecer —toda una quimera en el punto actual— y para cuadrar sus cuentas públicas, pero la producción no ha dejado de caer en lo que va de mandato de Nicolás Maduro. El mal manejo de la petrolera estatal (Pdvsa) y la falta de inversión han hecho mella. Y las sanciones de EE UU —un país que compra cuatro de cada 10 barriles exportados por Venezuela— han sido la puntilla para un sector que languidece: en 1999, cuando Hugo Chávez llegó a la presidencia, el país bombeaba tres millones de barriles diarios; hoy esa cifra a duras penas supera el millón y que está cerca de tocar suelo.
“Cada año pensamos que la caída de la producción de petróleo va a ser menor que la del año en curso”, ha subrayado Werner. “Se estabilizará, sí, pero en niveles tremendamente bajos”. Sobre la escalada de precios, uno de los mayores factores de distorsión de la economía venezolana, Werner ha reconocido una cierta estabilización en los últimos meses: “Revisamos a la baja nuestras previsiones y, de ser una de las mayores hiperinflaciones de la historia, pasará a ser una hiperinflación”.
Tras un lustro de evidencias no reconocidas, el propio banco central venezolano admitió el año pasado que, desde la llegada de Nicolás Maduro al poder, el tamaño de la economía nacional había caído a la mitad. Con todo, Caracas sigue achacando la deriva de su sector productivo a una supuesta “guerra económica” librada en su contra por Occidente para tratar de derrocar al Gobierno bolivariano. La oposición, los organismos internacionales y los principales economistas, en cambio, achacan el pésimo desempeño desde 2013 a las erráticas políticas económicas puestas en marcha por el Ejecutivo de Maduro. El propio FMI apunta a “la hiperinflación [firmemente anclada en niveles de seis dígitos], el colapso de los servicios públicos y el desplome del poder adquisitivo” en un país, de facto, dolarizado ante la brutal escalada de precios. A este abanico de factores hay que sumar, más recientemente, los apagones en amplias zonas del país, a la vez síntoma y consecuencia de una economía en pleno derrumbe.
2015 fue el último ejercicio en que la renta per cápita venezolana, el país con más reservas probadas de petróleo del globo y con recursos naturales que van más allá del crudo —oro, bauxita—, superó la media de América Latina. En 2016, ambas convergieron y desde entonces Venezuela no ha dejado de perder terreno frente a sus pares regionales. Todo, a pesar de la constante pérdida de población en el país sudamericano por efecto del éxodo migratorio, “uno de los mayores de la historia”, según los propios técnicos del FMI: si nada cambia —y nada parece indicar que así será— este 2020 terminará con la quinta parte menos de habitantes que al inicio de la crisis económica y humanitaria.
El País