El verdadero peligro del coronavirus no es el pánico sino la autocomplacencia

Por Benedict Carey

El panorama de estantes vacíos en los supermercados (una imagen que se está compartiendo mucho en redes sociales) aunado al temor de una amenaza invisible es la receta perfecta para desatar la histeria colectiva. Pero, hasta ahora, a pesar de los mensajes contradictorios de los funcionarios gubernamentales, la escasez de pruebas para detectar la enfermedad y la falta de recursos en los hospitales, existe poca evidencia de que se haya desatado un pánico generalizado.

De hecho, las investigaciones sobre la toma de decisiones bajo amenaza sugieren que las preocupaciones de un inminente pánico de masas están muy fuera de lugar, de acuerdo con Ido Erev, profesor de Ciencia Conductual y Administración del Instituto de Tecnología de Israel Technion en Haifa, Israel. Erev es el presidente de European Association for Decision Making. La siguiente conversación ha sido ligeramente editada con fines de claridad.

En situaciones de riesgo, ¿cuándo se convierte en pánico la precaución?

Lo que encontramos es que hay grandes diferencias entre los individuos en cuanto a cómo responden a amenazas como esta. Todos tienden a reaccionar de forma exagerada al principio. Pero luego, un poco de experiencia invierte esa sensación en la mayoría de las personas y empiezan a creer que “no me pasará a mí”.

Una minoría de personas, entre el 10 y el 30 por ciento, dependiendo de la situación, sigue sobrestimando el riesgo y se comporta de forma más histérica o reacciona de manera exagerada. Estas son las personas principalmente responsables de la oleada de compras de papel higiénico y las que vacían las estanterías. Esto es un problema, por supuesto, porque puede provocar el mismo tipo de comportamiento en otros. Pero lo importante es que se trata de una minoría. La mayoría de la gente tiene el problema opuesto.

¿Entonces el efecto general es que haya más autocomplacencia que pánico?

Sí. Volví a Israel después de un año sabático en Estados Unidos durante la segunda intifada, en 2002. Los funcionarios decían que era extremadamente peligroso estar en cafeterías, y mi esposa y yo compramos una cafetera de lujo y nos quedamos en casa. Durante unos días, las cafeterías estuvieron casi vacías, y los turistas ciertamente dejaron de venir. Pero los habitantes volvieron a salir y pronto los lugares se llenaron nuevamente. Sabíamos que todavía era peligroso, solo que con el tiempo empezamos a infravalorar el riesgo.

Es probable que ocurra lo mismo con el coronavirus. La gente se aislará por un tiempo y luego, cuando no pase nada, cuando no se enfermen, comenzarán a salir de nuevo y tomarán más riesgos de los que habían planeado.

Este tipo de comportamiento se puede observar en una amplia variedad de experimentos. Puedes dar a la gente la posibilidad de elegir entre dos opciones poco atractivas en un juego repetido: perder con toda seguridad una sola moneda o un 5 por ciento de probabilidad de perder veinte monedas. La mayoría de las personas prefiere la opción segura en los primeros cinco intentos, pero luego cambian su preferencia por la opción más arriesgada y la eligen alrededor del 65 por ciento de las veces. Puedes ajustar los riesgos relativos de las opciones, introducir incertidumbres y otros factores del mismo estilo, pero se va a ver un patrón similar.

La investigación sugiere, en efecto, que si dejas que las personas decidan por sí mismas cómo reaccionar, obtendrás dos tendencias problemáticas: una mayoría tomando progresivamente más riesgos con el tiempo y una pequeña minoría exhibiendo conductas de pánico, como almacenar provisiones.

¿Hay estrategias eficaces para retardar o reducir los efectos de esas tendencias?

Ser consciente de ellas es útil, creo. Es probable que la mayoría de nosotros subestimemos el riesgo en las próximas semanas.

Para los líderes, mi investigación destaca el valor de hacer cumplir las reglas, por ejemplo, con la imposición de pequeñas multas a las personas que las violen. Aunque este tipo de políticas puede violar los derechos civiles, creo que, en el contexto del coronavirus, el beneficio es mucho mayor que el costo. Yo llamo a esto una imposición gentil de reglas: aplicación firme, pequeñas multas. Lo hemos visto funcionar, por ejemplo, en la mejora del cumplimiento de las medidas de seguridad entre los trabajadores de las fábricas. Creo que el mismo tipo de enfoque es inteligente para los países y estados que están considerando políticas para que la gente se quede en casa.

El País